El podcast en el Perú: tecnología sonora para preservar, educar, narrar y transformar

| Autor: Antonio Tamariz |

En el Perú, donde los cerros guardan ecos de imperios y los ríos arrastran versos en quechua o leyendas awajún, el pódcast no es solo tecnología: es un telar sonoro que entreteje los hilos rotos de la memoria. Aquí, donde la oralidad ha sido por milenios el cordón umbilical entre generaciones, este formato emerge como un ritual moderno. No se limita a contar historias; las revive, las amplifica y las convierte en semillas para un país que busca reconciliarse con su diversidad. Más que un medio, es un reflejo sonoro de lo que somos y aspiramos a ser. Su utilidad se explaya con generosidad, como se aprecia en los siguientes ámbitos mencionados.

Las lenguas originarias pueden ser unas arcas sonoras contra el olvido

Imaginemos un mundo donde el shipibo-konibo no sea solo una lengua originaria, sino un río auditivo que fluye en internet. Donde el kakataibo no se apague como una fogata, sino que arda en pódcast educativos. En nuestro país, siete lenguas agonizan, es decir, están en muy serio peligro de extinción debido a que solo las hablan muy pocos adultos mayores, pero el sonido digital puede ser su resucitador. En esa línea, proyectos como Etsa Nantu —un sonodrama awajún-español tejido por voces nativas y con carácter colaborativo— no son meras grabaciones: son tejidos digitales donde los ancianos se vuelven coguionistas y los jóvenes, ingenieros de su propia herencia.
Estos pódcast no archivan lenguas como reliquias en un museo; las devuelven a la circulación vital. No se pierde, así, la inmensa sabiduría que encierra la lengua y la cultura. Y como estrategia intercultural, contribuye a la valoración de estas culturas y a un trato horizontal con otras.  Sus cantos ceremoniales son canciones de cuna para niños urbanos que es posible que nunca pisen los lugares más recónditos de la Amazonía, pero también clases de gramática para la revitalización de estas lenguas disfrazadas de novelas sonoras, y sobre todo, son actos de soberanía: «Aquí estamos, y hablamos en nuestra lengua».

En educación, el pódcast puede ser también el “aula sin muros”

Mientras el internet llega a cuentagotas a las comunidades altoandinas o amazónicas más alejadas, el pódcast se cuela por rendijas insospechadas: un celular prepago, un parlante Bluetooth, una radio comunal. En Cusco, para evitar que los estudiantes no solo memoricen textos planos, ¿no se podrían grabar cápsulas sonoras donde Túpac Amaru II debate con historiadores modernos, y las ecuaciones matemáticas se explican con metáforas de siembra y cosecha?

Por lo pronto, hay investigaciones académicas, como las de Erlic Eduardo Vásquez Pastor, que arrojan que el pódcast se integra con cada una de las competencias comunicativas exigidas, por ejemplo, en un aula de sexto grado, y que además permite el uso práctico de los signos de puntuación para expresar énfasis y voz propia. El secreto está en la pedagogía sonora: episodios que no informan, sino que seducen. Pero el pódcast también permite que los estudiantes sean creadores Así, en “Escolares al aire”, los alumnos de la provincia piurana de Talara se turnan para hacer de presentadores, reporteros, guionistas, editores y ¡son noticia! Aquí, el pódcast no complementa la educación: la enriquece, convirtiendo al oyente menor de edad en creador y al silencio en un lienzo de posibilidades.

Los ecosistemas sonoros como sinfonía de la biodiversidad

La Amazonía no solo se ve: se escucha. La capacidad inmersiva convierte al pódcast en un formato ideal para un país donde el 60% del territorio es selva, pero el 80% de la población vive en ciudades. En “Latidos del Bosque”, por ejemplo, producido por Serfor, los jaguares ronronean y los árboles crujen en sonido binaural, y los saberes ancestrales sobre cultivos se transmiten como consejos de un abuelo sabio. Este pódcast no informa sobre biodiversidad: la performa. A través del sonido inmersivo, un costeño o serrano puede caminar virtualmente entre shihuahuacos centenarios o sentir la tensión de una comunidad asháninka al detectar taladores. El pódcast, aquí, no es pasivo: es un puente sensorial que convierte datos en emociones, y políticas ambientales en relatos de supervivencia con gran capacidad de aprendizaje y réplica.

La investigación con rostro humano donde el micrófono es el puente

Cuando la antropóloga María Eugenia Ulfe llegó a Cuninico (Loreto), no llevó solo grabadoras: llevó espejos sonoros. Su proyecto de pódcast, “Historias desde Cuninico”, devolvió a la comunidad kukama sus propias voces —grabadas, editadas, potenciadas—, transformando testimonios sobre contaminación petrolera en armas de agencia e incidencia.
Este es el reverso de la academia tradicional: en lugar de extraer historias para artículos científicos herméticos, el pódcast las devuelve enriquecidas, como un boomerang ético. Los pobladores no son solo “sujetos de estudio”, sino coautores. Sus demandas, antes enterradas en informes, ahora circulan en SoundCloud y WhatsApp, creando un entramado de voces que desafía el silencio institucional.

Historia, memorias y cultura: narrativas que cobran vida en el audio

¿Cómo suena la memoria de un país que resultó tan afectado por el conflicto armado interno o “terrorismo”? En “La Oruga”, pódcast del IEP, no hay narradores omniscientes: hay voces que tiemblan al recordar, risas que se quiebran, silencios elocuentes. Cada episodio es un rompecabezas auditivo donde víctimas, analistas y hasta exmilitares componen un coral de memorias en disputa: desde niños asháninkas reclutados y sometidos a un cruel encierro por Sendero Luminoso hasta mujeres andinas cuyas trenzas cortadas por fuerzas militares simbolizan la humillación de un pueblo. Cada episodio es una cartografía auditiva del trauma, donde los testimonios no son meras grabaciones, sino actos de resistencia contra el olvido. Y con el sueño intacto de lograr una sociedad donde la violencia de ningún tipo sea el derrotero.

Pero el pódcast también rescata acude como un aprendiz de arqueólogo a hurgar en nuestras raíces históricas. Historias sepultadas por el tiempo, pero cuya aventura de excavar en ellas produce relatos sonoros aleccionadores. Es el caso de “El Castillo de Huarmey”, producido por Historias Antamina, que no solo describe hallazgos arqueológicos: hace que el oyente escuche el sonido hondo de tambor con la representación pintada de una divinidad comprado por Julio César Tello en el Huarmey rural de 1934, o el asombro de los arqueólogos al descubrir una tumba intacta y sus testimonios de primera mano que en futuras clases escolares o universitarias serán tan útiles y quizá más amenas que el libro de rigor. Es la historia como experiencia inmersiva, donde el pasado no se lee: se habita.

La revolución de la ficción sonora

Este formato —que funde actuaciones vibrantes, diseños sonoros laberínticos y música que dibuja telones— no solo revive el radioteatro: lo revoluciona. Mientras en otros países la ficción sonora es novedad, en el Perú es un reencuentro. Por ejemplo, Lima 8.8, ficción sobre el terremoto que más pronto que tarde sacudirá esta gran ciudad, más que usar efectos especiales, usa el sonido como personaje. Las grietas en las paredes suenan a crujidos óseos, los sollozos de los sobrevivientes se funden con el viento costero, las situaciones llamar a la reflexión y la ciudad misma se vuelve narradora. Este género, heredero del radioteatro, pero alimentado por el vuelo creativo que permite las tecnologías sonoras, demuestra que el pódcast puede ser tan cinematográfico como el cine, pero íntimo como un secreto al oído. Más incluso: la ficción sonora no copia fórmulas: inventa su propia gramática.

Ha sido un breve -y el primero de varios- recuento de cómo el podcasting en el Perú se usa y se puede usar. En ese sentido, el pódcast peruano no es una moda: es un renacimiento de nuestra tradición oral. En cada rincón del país, micrófonos están capturando lo que antes se perdía en el aire: lenguas moribundas, lecciones en quechua, paisajes sonoros de mundos amazónicos vírgenes, risas y lágrimas de ficción, pero más reales que la realidad misma. Es la oralidad del siglo XXI: ya no alrededor de un fogón, sino en una nube digital accesible desde cualquier celular.

Imaginen un pódcast en quechua y castellano con efectos binaurales que transporten al oyente a las alturas del Cusco, o una serie documental interactiva sobre la Amazonía, donde los escuchas deciden el ritmo de la historia. Estos no son sueños lejanos: son proyectos posibles si unimos tecnología, tradición y una comunidad organizada. En tal sentido, la Asociación Peruana de Pódcasters (Apepo) nace con el convencimiento de que el pódcasting es un arte sonoro que, en el Perú, está encontrando su propio ritmo. Hoy celebramos no solo el lanzamiento de una plataforma, sino un manifiesto: las ondas sonoras son el nuevo territorio de nuestra identidad.

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